viernes, 4 de enero de 2008

Ideas como fusiles: estrategias de un General

La década de 1860 resulta ser, para la historia mexicana, una de las más complejas y definitorias del rostro actual de nuestro país. Fue la época en que México se vio escindido entre dos proyectos de nación, dos polos en medio de los cuales se desplegaba una gama no sólo extensa sino laberíntica de posiciones políticas cuyas más representativos extremos se sintetizaron en: liberales y conservadores.
Aludir a la literatura de entonces como arma ideológica pretende ir más allá de una metáfora afortunada: algunos destacados mexicanos de aquellos años, emulando a Cervantes, Garcilaso o Aldana, reunieron en sí al hombre de armas y al hombre de letras, librando batallas con la espada y con la pluma.
Nietos del romanticismo independentista, escritores combativos como Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, José Tomás de Cuéllar y Vicente Riva Palacio, entre otros, combinaron la lógica militar con la política y con la literaria, todas ellas espinosas y lábiles, hambrientas de argumentos y estrategias.
Siglo plagado de guerras, el XIX fue también una centuria deseosa de identidad y rostro propio. Las artes como la pintura y la literatura se hallaron, de pronto, y producto de su mismo desarrollo, con voces e imágenes elocuentes para defender una u otra visión de mundo; éste es el planteamiento central del que parte Marco Antonio Chavarín para desentrañar los mecanismos ideológicos de dos novelas que, en su época, fueron ampliamente leídas y difundidas, y por tanto, ofrecen un verdadero testimonio del influjo social de la novela durante el último tercio decimonónico: Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza, ambas de 1868. El recurso no era novedoso, aunque la estratégica combinación de elementos que logró Vicente Riva Palacio fue absolutamente eficaz, según deja claro el autor ganador del Premio Ensayo Joven José Vasconcelos 2007, Marco Antonio Chavarín, y que hoy podemos leer en el libro La literatura como arma ideológica: dos novelas de Vicente Riva Palacio. En palabras del autor, su ensayo postula que: "[…] a pesar de que en las dos novelas existen marcadas diferencias, con ambas
se busca argumentar lo mismo: con la primera (que se basa en el contraste entre lo sublime y lo siniestro) y con la segunda (apoyada por las oportunidades generadas por la superación de las trabas morales) se pretende evitar cualquier posibilidad de regresar a la estructura socioeconómica de la Colonia, mediante la exaltación de las ventajas de la libertad del presente del XIX sobre la represión del pasado colonial. Es así que la negación del consuelo en Monja
y casada, virgen y mártir
y su asunción en Martín Garatuza funcionan como una advertencia de los peligros del viejo régimen […]. Asimismo, la actitud consolatoria en Martín Garatuza busca también hacer las paces con el grupo opositor, lo cual advierte sobre la intención de dejar claro el grupo desde donde se escribe, el ganador, los liberales".




Para quienes disfrutamos con la literatura del General, una obra como ésta resulta iluminadora de las situaciones extratextuales que condicionaron la escritura y la lectura de dos de sus novelas históricas más conocidas. Algunas de las conclusiones de Chavarín, además, resultan pertinentes para gran parte de las producciones surgidas dentro de ese boom de novela histórica, en esa década de Intervención francesa y de Segundo Imperio. La novedad en la estrategia del General radicó en la vuelta de tuerca que dio al discurso histórico. No ya la historia sacra como discurso convalidador sino la paradójica sacralización de la historia documental, tras la acción desacralizadora de la Reforma. Los documentos como monumentos, la reescritura de la historia y la vuelta a un pasado reciente, intencionalmente elidido y desenfocado, fueron soluciones adoptadas por el militar, periodista, poeta y escritor liberal. No de otra manera se explica un proyecto, como señala Marco Antonio Chavarín, que fue más allá de la historiografía y que penetró en el tejido íntimo de la escritura literaria. México a través de los siglos y El libro rojo resultan, así, etapas de un proyecto en que debemos incluir la escritura de las novelas Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza; el correlato literario del discurso historiográfico concentrado en la pluma como fusil de un General visionario.
El liberalismo del que participó Riva Palacio iba a generar nuevas divisiones una vez restaurada la República; pasado el tiempo de unidad casi monolítica, una vez fusilado Maximiliano, la novela histórica vivió un notorio declive junto a las tesis ahí postuladas. Chavarín lo nota ya en Martín Garatuza: no todo lo criticado en el tiempo-espacio de la Colonia ha sido superado. Al igual que Cuéllar y Altamirano, Riva Palacio habría de distanciarse de Juárez hacia finales de la década de 1860, una vez eliminada la amenaza extranjera. Cuéllar habría de exiliarse en San Luis Potosí donde en 1869 escribió una novela de semejantes propósitos ideológicos: El pecado del siglo, novela histórica ubicada en la época del segundo conde de Revillagigedo (1789) acerca de un sonadísimo crimen cometido contra el comerciante Joaquín Dongo y resuelto en esos mismos días, que también se vale de documentos, memoriales y recortes periodísticos para su veraz y verosimil hechura. Novela cuya edición crítica y eruditas notas realizadas por la dra. Belem Clark saldrá este año de las prensas de la UNAM.
Altamirano funda en 1869 El Renacimiento, revista que que buscó conciliar las diferencias ideológicas, cuyas páginas dieron cabida a las producciones de liberales y conservadores. Son los años en que Riva Palacio pudo acuñar aquella frase de “ni rencores por el pasado ni temores por el porvenir”, frase que valdría la pena recetarnos por estos años que corren.


El miércoles 6 de febrero de 2008 tendremos oportunidad de escuchar y exponer nuestras dudas al autor de tan valioso estudio sobre las referidas novelas de Vicente Riva Palacio. La cita es en el Palacio de Bellas Artes, seguramente por la tarde. Hasta entonces.