sábado, 14 de agosto de 2010

Biografía

José Barbarín Rafael de la Concepción López Castañón, mejor conocido como Rafael López, fue considerado por los escritores de su época, poeta importante y de gran popularidad. Su poesía de vena patriótica fue modelo del tipo de composición que debía premiarse en juegos florales; sus crónicas eran bien recibidas por los lectores y su capacidad administradora le valió ser director del Archivo General de la Nación desde 1920 hasta su muerte. La popularidad que en vida tuvo contrasta con el olvido en que cayó después, debido en parte a la acogida poco favorable de algunos del grupo de “Los Contemporáneos”.
Serge I. Zaïtzeff ha sido el principal estudioso de la obra de López. Por él sabemos que nació en la ciudad de Guanajuato, el 4 de diciembre de 1873; asistió al Colegio del Estado. Posteriormente trabajó en algún giro comercial en León donde trabó amistad con Liborio Crespo. Según refiere José Emilio Pacheco fundó en León la revista El Arte, junto con Manuel de la Parra y Liborio Crespo donde aparecieron sus primeros poemas y los de Manuel de la Parra.[1] Apasionado por el estilo místico y sensual de los versos de Amado Nervo, le envía una carta en verso a la que éste respondió enviándole Perlas negras y Místicas. Fue Nervo quien lo ayudó a publicar en El Mundo Ilustrado su primer poema conocido, “De invierno”, en enero de 1899. Rafael López pronto tuvo comunicación con José Juan Tablada, Jesús E. Valenzuela y Rubén M. Campos. Este último, guanajuatense también, en un poema lo invita a trasladarse a la Ciudad de México.
Ven, escogido artista a beber nuestro vino,
a partir el pan blanco del Cordero divino,
del nuevo Arte eucarístico en torno a cuyas aras
tejen danzas simbólicas las desnudas Apsaras,
mientras que Vishnú y Shiwa combaten sempiternos
y triunfan los empíreos de los torvos avernos! [2]
En efecto, llega a la capital de la República en 1901. Ciro B. Ceballos, redactor en El Universal, periódico en el que López publicó de vez en cuando algún poema, lo recuerda por aquellos años, como parroquiano del “Salón Flamand”, que se encontraba ubicado en la esquina de la calle de la Iglesia de la Profesa y que
estaba amueblado de una manera confortable para la época y su clientela era numerosísima y bastante selecta, componiéndola profesionistas, comerciantes, dependientes, empleados, escritores, poetas y hasta reporteros de periódicos, que entonces eran gente de ciertas luces, modesta en sus aspiraciones y amable en su trato [...] debemos citar a Rafael López, incipiente rimador entonces, que estaba “empleado” en el escritorio de la “Gran Sedería”...[3]
En ese ambiente comienza a aparecer esporádicamente su producción hasta 1905, cuando gracias a Jesús E. Valenzuela colabora en la Revista Moderna de México. En 1905 colabora de nuevo en El Mundo Ilustrado y hacia 1906, de cuando data el principio de su mejor obra poética –en opinión de Max Henríquez Ureña–, colabora en la revista Savia Moderna, revista fundada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón. Aquí aparece su famosa “Oda a Juárez” en julio de 1906.
A partir de esa fecha sus colaboraciones en las revistas literarias de la época serán constantes ya sea bajo su nombre real o con el anagrama Lázaro P. Feel, o con seudónimos como José Córdova, Tris tris o Prevostito.
A lo largo de su vida escribió en revistas y suplementos literarios como El Mundo, El Mundo ilustrado, Revista Moderna, Revista Moderna de México, Savia Moderna, La Patria, Arte, Arte y Letras, El Entreacto, Diario del hogar, El Imparcial, El Demócrata mexicano, Novedades, La Nación, Argos, Crónica, La Semana ilustrada, Revista de Revistas, Nosotros, El Pueblo, Mefistófeles, El Independiente, El Universal, y algunas otras.
Pero ya en 1906, fue honrado en un banquete de Savia Moderna y, plenamente perteneciente a dicho grupo que posteriormente conformarían el “Ateneo de la Juventud”, firma la “Protesta literaria” contra la nueva Revista Azul de Manuel Caballero junto con Alfonso Reyes, Max y Pedro Henríquez Ureña, entre otros.[4]
Max Henríquez Ureña lo elogia en un artículo de la Revista Moderna de México y lo coloca entre los mejores poetas mexicanos:
Muy contados han de ser los poetas jóvenes que tengan en su evolución literaria la variedad de matices de que ha hecho gala Rafael López. ¡Qué diferencia entre el autor de “La Cita”, de “Salmo de Navidad”, de “Margarita Gautier” y el poeta de las “Montañas de Guanajuato” y de los versos de Ana María Charles! ¡Qué abismo separa al pintor de los “Bocetos trágicos” y “Las flores de humo” del artífice de la “Elegía á Othón” y la “Oda a Juárez”. [.....] No quiero establecer comparaciones, que siempre me resultan llenas de pueril arbitrariedad, pero fuera del grupo de consagrados que se llamaban Díaz Mirón, Nervo, Valenzuela, Urbina y Tablada, es difícil encontrar en México poetas, –jóvenes o viejos,– que superen á Rafael López en la elegancia de la factura y la sabia aristocracia de la expresión.[5]
El 28 de octubre de 1909 se funda el Ateneo de la Juventud[6] del que es vicepresidente en dos ocasiones. En febrero de ese año participó en el concurso para el Himno del Centenario; no alcanza el primer premio y Emilio Valenzuela defiende en la Revista Moderna de México el valor literario de López y en particular de su himno. No obstante, obtiene la flor natural en los Juegos Florales del Centenario con el poema “La leyenda de los volcanes”. Junto con otro ateneísta, Julián Carrillo, componen en 1910 el famoso “Canto a la Bandera” que todavía hoy se entona en las ceremonias del día de la Bandera.
Una amistad que ejerció gran influencia en su vida fue la de Luis G. Urbina pues gracias a él se le abrieron las puertas de la secretaría particular de don Justo Sierra. El mismo año de 1910, como regalo de bodas, fue nombrado por Justo Sierra maestro de literatura en la Escuela Normal de Maestros. Ahí participa en la dirección de la revista Nosotros donde se dan a conocer nuevas generaciones de escritores. Su desempeño como profesor le ganó la admiración de sus alumnos y su elocuencia despertó la vocación literaria de Gregorio López y Fuentes, Rodrigo Torres Hernández y González Guerrero.
En 1912 reunió ochenta y tres poemas en un libro impreso en la Secretaría de Comunicaciones que tituló Con los ojos abiertos publicado gracias al apoyo de José Vasconcelos. Este libro fue elogiado por Carlos González Peña, Alfonso Reyes y José Juan Tablada. Dicho libro reúne una selección de 83 poemas divididos en: un poema introductorio y 4 partes: El pecado romántico, El jardín de las ofrendas, Urnas votivas y Vitrales patrios. La recepción de Con los ojos abiertos fue cálida; aparecieron reseñas en las revistas más importantes de México. Suelen encontrar en López, ecos de Darío, Lugones, d’Anunzio, Heredia y Gutiérrez Nájera.
En 1913 es nombrado diputado y secretario particular de su viejo amigo, José María Lozano, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes; por esta razón López es perseguido cuando cae el gobierno de Victoriano Huerta, temporada en que Rafael López se queda en su casa de la colonia Santa María mientras trabaja en un negocio de lechería y después como apoderado de un rico amigo suyo. Debido a esta situación, para publicar usa el anagrama de “Lázaro P. Feel” a partir del 31 de octubre de 1915 en su columna “Crónica semanal” de Revista de Revistas. En la redacción de ese diario conoce al joven poeta con quien trabaría una profunda amistad y que influiría notoriamente en su estilo, su léxico y su ritmo: Ramón López Velarde.
Hacia 1916 asiste a las lecturas de la librería de Gamoneda y continúa con sus crónicas periodísticas en El Universal ilustrado (1917-1919) y en El Universal (1917-1922). El 15 de mayo de 1918 abandona finalmente el uso del seudónimo y firma nuevamente con su nombre. Entre 1917 y 1922 su productividad como cronista es mayúscula. Publica su columna hebdomadaria "Con las alas abiertas" en El Universal.
Es notorio un gradual desplazamiento de la poesía hacia la prosa, pues si en una primera etapa abunda su producción poética, hacia los veintes publicará en mayor cantidad prosa –crónica en específico–; sin embargo, la característica que permanece y se afina, tanto en su producción poética como de prosa, es la de dejar testimonio del mundo en que vive, de los personajes contemporáneos y de la visión retrospectiva de la historia desde su época. Realiza su poesía con la misma dirección estética con que los grandes cronistas que el modernismo estaba formando escriben sus crónicas: como un medio para ir más allá de la noticia en sí, inmediata y trivial, e invitar a la trascendencia, la sutil educación del gusto y recepción, y el testimonio de la tradición y la ruptura que su época dejaba; en contracorriente con el tipo de periodista –reporter– que la modernidad industrial requería.
En 1920 fue nombrado Director del Archivo General de la Nación, cargo que ocupó hasta el fin de su vida, en 1943. Dirigió el Boletín del Archivo General de la Nación desde 1930 hasta 1941, donde publicó algunas introducciones y páginas preliminares sobre asuntos históricos.
Una famosa anécdota ilustra el carácter del poeta por los años veintes: El 17 de agosto de 1923 le ofrecen una curul en la Academia Mexicana. López primero recibe con entusiasmo la noticia del nombramiento pero más tarde cambia de opinión y provoca un escándalo. Su decisión es aplaudida por los estridentistas, quienes mucho tienen que ver con esa actitud pues, aunque la obra misma de Rafael López no se adapta a las nuevas formas de creación, él encuentra interesantes los nuevos experimentos de los jóvenes, además de que López pertenece a la generación modernista que tan sonada pugna sostuvo con los académicos. De esta manera, los jóvenes y la prensa lo proclaman uno de los suyos y admiran su espíritu de rebeldía e inconformidad.
El propio Victoriano Salado Álvarez –el más exaltado académico en la polémica ocurrida años atrás contra los decadentistas– fue quien, el 2 de agosto de 1924 le envía una carta donde le informa que la Academia “declara insubsistente dicho nombramiento” por no haberse presentado. López responde, no sin ironía “Quedo enterando con moderada pena de su nota fechada el 2 del actual. México, agosto 4 de 1924”. A raíz de este hecho, la joven generación le brinda un banquete en su honor.
A favor de nuevas modas literarias como el estridentismo, se apodera de López una gran autocensura que le hace dejar la escritura, y hace sus colaboraciones realmente ocasionales. Con la excepción de unas cuantas páginas, no reanuda sus colaboraciones en revistas hasta el periodo 1931–1936, aunque también debemos señalar que sus nuevas responsabilidades le impedían dedicar más tiempo a la creación literaria.
En vida publicó dos libros de poemas: Con los ojos abiertos (1912) y Poemas (1941), y un libro de crónicas, Prosas transeúntes (1925).
A causa de innumerables erratas encontradas en la edición de Poemas, López hace retirar los ejemplares. Consta de 94 poemas, de los cuales se reproducen 25 de Con los ojos abiertos pero en nuevas versiones depuradas, pues–según advierte Zaïtzeff– López está consciente del nuevo clima poético prevaleciente e intenta aligerar el estilo demasiado recargado de ciertas composiciones.
Además de poesía y crónica, López tiene también una interesante obra como prologuista de la obra de Liborio Crespo, Salvador Díaz Mirón y Amado Nervo.
El carácter de López de estar siempre con la juventud y con la novedad, lo lleva a que además de sus simpatías por el estridentismo, se una al agorismo[7], grupo fundado en 1929 que aboga por un arte comprometido –tal como había sido ya la moda en pintura con el movimiento muralista–. Los agoristas pretenden una literatura con propósitos sociales. Otro grupo del mismo tipo es el Bloque de Obreros Intelectuales y su revista Crisol. [8]
Aunque López simpatiza con estos movimientos, en realidad su producción no se ve influida por esas ideologías. Temáticamente, sin embargo, ya en 1917 publicaba unos sonetos eneasílabos dedicados a la florista, la manicura, la mecanógrafa, la mesera, la venus callejera...
Posteriormente a su muerte, Alfonso Reyes prepara una nueva edición corregida con un prólogo suyo de la Obra poética de Rafael López publicada por la Universidad de Guanajuato en 1957. Ahí recoge todas las composiciones poéticas de Poemas, la introducción del poeta y nueve poemas del archivo privado de López.
Serge I. Zaïtzeff, ha preparado la edición y prólogo de dos antologías de los poemas y la prosa del poeta guanajuatense: La Venus de la Alameda, selección de poesías y prosas tanto ya editadas como algunas inéditas encontradas en los periódicos en que López publicó, y Crónicas escogidas, selección de prosas editadas o no y que divide en diferentes subgéneros: cuento, crónica lírica o poética, crónica de vocación provinciana, crónica teatral, crónica histórica o patriótica, crónica de tema literario y crónica sobre temas diversos. No obstante, aún hoy numerosos poemas permanecen “ocultos” en las revistas literarias de la época, a pesar de la importancia que entonces representaron, y de su valor literario.

[1] Manuel de la Parra (1878-1930) Poeta. Trabajó en la Biblioteca Nacional y en el Museo Nacional de Arqueología. Perteneció al Ateneo de la Juventud. Colaborador de Savia Moderna, Nosotros, México, La Nave, Revista Moderna, Revista de Revistas y otros. La revista El Arte que refiere J.E. Pacheco no se encuentra en la Hemeroteca Nacional.
[2] Rubén M. Campos, Poema “A Rafael López”, Revista Moderna, año III, núm. 2, (2ª quincena de enero de 1900).
[3] Ciro B. Ceballos, Panorama Mexicano (1890-1910), ed. crítica Luz América Viveros Anaya, México, UNAM, 2006, Col. Al siglo XIX. Ida y regreso.
[4] Cfr. Fernando Curiel, Tarda necrofilia.
[5] Max Henríquez Ureña, “Rafael López”, Revista Moderna de México, enero de 1908, pp. 277-278.
[6] Rafael López firmó la Protesta Literaria y fue orador en la manifestación contra Manuel Caballero, cuando éste intentó “revivir” la Revista Azul, apoyó el desagravio a Gabino Barreda; junto con Antonio Caso, Alfonso Cravioto, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, redactó el Proyecto de Estatutos del Ateneo de la Juventud y concurrió a su fundación (1909) y fue vicepresidente de la última directiva ateneísta (1913). Cfr. Fernando Curiel, El Ateneo de la Juventud de la A a la Z.
[7] A un grupo de escritores de orientación social que se reunió en torno a las revistas Vértice y Agorismo (1929-1930) se les dio el nombre de agoristas. Para éstos, el arte sólo debía tener objetivos profundamente humanos, que el artista plasmaba al interpretar la realidad cotidiana. El grupo lo formaban José María Benítez, el poeta Miguel D. Martínez Rendón; Solón de Mel (Guillermo de Luzuriaga); Héctor Pérez Martínez y María del Mar. Si bien no fueron miembros del grupo, participaron en algunas de sus actividades y simpatizaron con sus ideales los escritores José Muñoz Cota; Baltasar Dromundo y José Rubén Romero. Entre 1929 y 1930 el grupo agorista presentó en la Alameda Central una exposición de poemas “dibujados en tamaño cartel”, y más tarde organizó un programa cultural dedicado a los niños humildes. Al disolverse el grupo algunos de los agoristas se unieron a la revista Crisol, dirigida por Juan de Dios Bojórquez, que llegó a publicar 99 números entre enero de 1919 y junio de 1938.
[8] El Bloque de Obreros Intelectuales fue una asociación de escritores y artistas con tendencias políticas de izquierda. Fue creado en 1922 y Juan de Dios Bojórquez uno de sus promotores. Entre sus miembros estuvieron Miguel Othón de Mendizábal y Francisco Rojas González. Su órgano de agrupación fue Crisol, cuyo primer número apareció en 1929 y desapareció en 1938.

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